Ana vio aparecer, debajo del balcón de su casa, la arrogante figura de Don Álvaro Mesía, jinete de soberbio caballo blanco, de reluciente piel, crin abundante y ondeada, cuello grueso, poderosa cerviz, cola larga y espesa. Era el jaco de pura raza española, y hacíale el jinete piafar, caracolear, revolverse, con gran maestría de la mano y la espuela, como si el caballo mostrase toda aquella impaciencia por su gusto, y no excitado por las ocultas maniobras del dueño.
Saludó Mesía de lejos y no vaciló en acercarse a la Rinconada, hasta llegar debajo del balcón de la Regenta. El estrépito de los cascos del animal sobre las piedras, sus graciosos movimientos, la hermosa figura del jinete, llenaron la plaza de repente de vida y alegría, y la Regenta sintió un soplo de frescura en el alma.¡Qué a tiempo aparecía el galán! Algo sospechó él de tal oportunidad al ver en los ojos y en los labios de Ana una dulce, franca y persistente sonrisa.
Don Álvaro estaba pasmado, y si no supiera ya por experiencia que aquella fortaleza tenía muchos órdenes de murallas, y que al día siguiente podría encontrarse con que era lo más inexpugnable lo que ahora se le antojaba brecha, hubiese creído llegada la ocasión de dar el ataque personal.
Pero ni siquiera se atrevió a intentar acercarse, lo cual hubiera sido en todo caso muy difícil, pues no había dónde dejar el caballo en la plaza. Lo que hacía era aproximarse lo más que podía al balcón, ponerse en pie sobre los estribos, estirar el cuello y hablar bajo para que ella tuviese que inclinarse sobre la barandilla si quena oírle, que sí quería aquella tarde.
Clarín, La Regenta, Madrid, Ed. Salvat, 1965.
meh
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